Anoche ví Las Crónicas de Narnia: El León, La Bruja y El Ropero.
Es una de las diez mejores películas que haya visto desde 1999 hasta el presente.
Se trata de una historia escrita por C.S. Lewis, pensada como una lección épica de religión para niños. Es un libro corto, certero, directo, con pocas ambigüedades y con un simbolismo cristiano claro y preciso. A quien no le guste esto y vaya a verla, le advierto: Usted está más perdido en ese sitio que Idi Amín Dadá en un almuerzo en honor a la madre Teresa de Calcuta. Váyase. Porque la película es todo eso y más.
Tenía tiempo sin ver una película dominada por un director como una araña maneja su hilo. Andrews desechó toda explicación superflua primero; después prescindió de toda explicación que no fuese vital y, en ocasiones, no dio ninguna explicación, confiando en la fantasía e imaginación del público, como todo director serio y decente debe hacer, entendiendo que decirlo todo es matar la participación, el granito de arena, del espectador. Magistral. Como ejemplo cito a la piedra de los sacrificios, la cual, a pesar de aparecer apenas unos cuantos minutos, el espectador puede adivinar su importancia y peso en la trama.
Por otro lado, los efectos especiales, todos de gran factura, NO SE VEN. El león parlante, las arpías, los minotauros, centauros, faunos y otros personajes mitológicos son creíbles; más aún, se aceptan como parte de la historia. ¿Por qué? Pues, porque es una historia muy bien contada, con acción que no decae y los diálogos justos, sin excesos ni pompa. Cada personaje tiene su significado, sin apabullar a otros. Así pude contar hasta seis protagonistas.
¿¡Seis!? Los cuatro niños, el león y el fauno son, cada uno en sus momentos, los conductores del hilo narrativo y la razón de ser de ese segmento de la historia que les toca protagonizar. Eso, señores, no es fácil para ningún cineasta.
Sí, lo sé. La Bruja es muy lineal, un personaje malo-malo estilo Grinch. Y Aslan, el león, demasiado bueno. Pero, ubiquémonos. Es una película para niños. De paso, es sobre religión; no se distraigan con los 15 mil personajes en batalla. Para colmo, es de Disney. ¿Saben ustedes la presión que se siente firmar "Disney"? Basta que aparezca la firma o que se asomen las orejitas del ratoncito, para que una caterva de fundamentalistas empiecen a analizar las películas con microscopio electrónico, las vean en cámara lenta en reversa (Lo hacen, y yo opino que son locos de atar y unos vagos) y hasta escriban cartas amenazando a los del estudio con el infierno y a los congresantes exigiéndoles no permitan que el Pato Donald aparezca sin pantalones. Con todo esto quiero decir que Disney y el director intentaron salir airosos y lo lograron.
Narnia quedará para mí como referencia obligada cuando converse sobre unidad temática y cohesión al contar una historia. Sin decaer, sin concesiones, de principio a fin, Narnia es un canto a lo que debe ser un guión, sin guindajos, adornos superfluos pseudo-culturales ni guiños y referencias a otras películas y situaciones que no son más que muletas ante las carencias del equipo responsable de la criatura (léase obra, de cine, de literatura, de oratoria, lo que sea).
Lo mejor de todo es que, cuando Narnia termina, te quedan ganas de abrir la puerta del ropero y meterte de cabeza en él... Y soñar.