jueves, noviembre 29, 2007

Figaro y el Poder

El poder establecido a veces se avizora inmenso, se percibe indestructible y eterno. Sobre todo el poder que se nutre del mayor temor: la capacidad de causarnos dolor, bruto y desnudo.

La historia de la humanidad está plagada de ejemplos, y todos los poderosos y su reino han quedado reucidos a nada.

Si bien Einstein colaboró, junto con Enrico Fermi y Leo Szilard a desarrollar el poderío atómico que desembocó en los infelices bombardeos a Hiroshima y Nagasaki, este trío es recordado más bien por sus contribuciones a la paz de la ciencia -el verdadero campo de los sabios- que por sus dislates atómicos. La memoria, a veces, es justa, y sabe pasearnos por el jardín debido.

En esta ocasión quiero referirme a la forma sutil, imperceptible, que marca el inicio de la espiral descendente de la tiranía. Y la comparación que hago con un trayecto en espiral no es fortuita: Mientras van en barrena, los tiranos suelen acercarse a quien los observa caer, a quienes les da la impresión que se fortalece el villano, solo por verlo de cerca cuando en realidad, va en caida libre.

Podría, y me siento tentado a ello, dar algún ejemplo actual, pero tengo dos desventajas. Primera, que no puedo relatar el final, pues la espiral aún no se detiene. Segunda, que mi espíritu deciminónico me hala hacia otros prados.

Allá voy.









Existe un personaje histórico al cual no lo podría concebir ni la más delirante de las fantasías:
Pierre-Agustin de Beaumarchais, quien, entre tantas correrías y aventuras que ni Marco Polo pudo igualar, compuso, a finales del siglo XVIII, un trío de obras de teatro protagonizadas por un tal Fígaro. El contenido de sus obras era tan inaceptable para las monarquías que, en Francia, su país, tardó cuatro años en conseguir estrenar la primera, con un despótico Luis XVI y sus sabuesos al acecho.

El genial compositor Mozart, siguiendo las tendencias de la época, y en base a un libreto de Lorenzo da Ponte, da vida al personaje de Beaumarchais en su ópera bufa, Le Nozze di Figaro.

Los aires revolucionarios se olían por doquier, con los francmasones como sociedad secreta y conspiradora. El emperador José II de Habsburgo había prohibido la comedia, por considerarla sediciosa y -en efecto lo era- una burla contra la monarquía.

Mozart y Ponte tuvieron que censurar un acto completo y muchos diálogos de Las Bodas de Fígaro. Pero los censores siempre son de ánimo febril y cortos de mente, y una pequeña frase se coló y bastó para encender la mecha de la rebelión contra la tiranía.

En la obra, cuando el conde de Almaviva pretende ejercer su derecho de
pernada sobre Susana, la novia de Fígaro, y este, personificado por un barítono, replica (En italiano en el original de la obra): "Conde, condesito, podéis ir a bailar, pero yo tocaré la tonada..." , el público prorrumpía en vítores y consignas antimonárquicas.

La censura había actuado contra la obra de Beaumarchais, la cual era más explícita: "No, señor conde, no podréis poseerla, aunque sois un gran señor, porque os creéis un genio. ¡Nobleza, riqueza, honores, poder! ¡Orgullo del hombre! ¿Qué habéis hecho para merecer semejantes privilegios? Tomarte la molestia de haber nacido, apenas."

Tres años después de la famosa aria de Mozart, estalló la Revolución Francesa.

No quiero decir con todo esto que la ridiculización de las monarquías en un fragmento de una ópera bufa desató las revoluciones del siglo XVIII. Sería una ligereza y una reducción de la Historia.

Pero el "Conte, contino..." fue el inicio del lento pero inexorable descenso en espiral.

domingo, noviembre 25, 2007

La Verdadera Herramienta






El inmigrante italiano Simón Rodia llega a los Estados Unidos a los doce años de edad. Durante su largo y penoso periplo hacia el Oeste, el joven Rodia, trabajando de albañil, sobrevivió el terremoto de 1906 en San Francisco. A partir de allí, cayó en un alcoholismo severo, el cual amenazaría su subsistencia. Pero superar ese obstáculo no sería el mayor reto de su vida. Le aguardaba uno más allá de toda imaginación.
Reaparece en 1921 completamente sobrio, y empieza a construir, sin razón ni concierto, y en el jardín de su casa al sur de Los Ángeles, nueve esculturas con materiales de desecho: argamasa, vidrios rotos, trozos de cerámicas, alambre de gallinero, conchas marinas y vías de ferrocarril. Muchos de los materiales eran suministrados por los niños del vecindario.
Sin mayores conocimientos formales que los de un obrero, osó alzar dos de sus torres más allá de los veinticinco metros sobre el suelo.
En 1954 concluyó las hoy llamadas Torres de Watts y, entregando las llaves a un vecino, se marchó sin mayores explicaciones.
Durante los 33 años que duró la construcción, trabajó solo: "Porque casi nunca sabía lo que estaba haciendo", declaró.

Como era de esperarse, más temprano que tarde el Departamento de Construcción de la Ciudad dictaminó que las torres eran inseguras, e intentaron derribarlas, fracasando estrepitosamente para bien de todos.

Hoy pueden verse erguidas, como un monumento a la habilidad del hombre, a su deseo de permanecer más allá de lo utilitario, gracias a la voluntad férrea que mantiene el músculo tirante cuando todo, todo, te aconseja desistir.

Salud, Simón Rodia, dondequiera te encuentres.

lunes, noviembre 19, 2007

José Saramago y Nuestra Ceguera


El libro Ensayo Sobre la Ceguera, de José Saramago, es el relato de una situación extrema: una epidemia de ceguera altamente contagiosa, la cual termina siendo la justificación para plasmar la falta de solidaridad del ser humano y la inutilidad de todos los alcances culturales y tecnológicos, lo cual nos hace encarar la ceguera final: la del retorcido egoismo.
Los puntos fuertes de la obra son el suspenso in crescendo, la sensación opresiva en la cual el autor envuelve a sus personajes (Adoradores de Barney: abstenerse de leer este libro) y el manejo psicológico impecable de nustras más bajas pasiones.
Las no pocas debilidades son: Primero, el prescindir de la mayoría de los recursos de la escritura, como son los guiones de diálogos, los puntos y aparte, las comillas, los paréntesis y un largo etcétera. El autor me parece que peca de ególatra y me lleva a una lectura innecesariamente pesada; todo por un arranque al mejor estilo del David bíblico, quien desdeñó armadura, lanza y espada por una honda para medirse contra Goliat. En mi caso, el respeto al lector debe ir antes que el ego; miren que el respeto escasea mientras el ego campea. Segundo, el narrar en tercera persona la mayor parte de las veces para luego, en algunos pasajes, echar mano de la primera persona, solo añade confusión a un texto ya de por sí pesado por la razón antes expuesta. Tercero, el no darle nombres propios a los personajes, que resulta ser una simpática novedad, termina volviéndose contra el escritor, pues todos recordaremos finalmente a la ceguera blanca, y muy pocos al Viejo de la Venda, por ejemplo.
De cualquier manera, este excelente escritor cuenta con el Premio Nóbel de Literatura 1998, patente de corso para mandar al traste con cualquier crítica, y a un sitio peor al crítico que ose tocar a estos héroes modernos investidos con la égida de un premio, una medallita, un aplauso colectivo.
Oso darle un pírrico 3 sobre 5 posibles.

lunes, noviembre 12, 2007

Noche Estrellada, de Van Gogh



Sombras y fantasmas
articulan el pueblo.
Estalla en giros,
 la fiesta en el cielo,
danza de Luna y luceros.
Pero hay algo terrible,
oculto, en el ciprés
que alza en plegaria
cada uno de sus oscuros dedos.
Sus palabras rompen
hechizado baile
de once estrellas y cortejo.
PROTHEUS.
En su juventud, Vincent Van Gogh renuncia a cualquier valor material y se dedica a evangelizar a los más pobres, convirtiéndose él mismo en una especie de mendigo cargado de fe.
¿Está su pintura posterior signada por ese misticismo?
"He aquí que he tenido otro sueño: me pareció que el sol, la luna y ONCE estrellas se postraban ante mí". Génesis, 37,9.