lunes, julio 31, 2006

La Película De Mi Vida




"Viviendo aquí, día a día, piensas que estás en el centro del mundo. Crees que nada cambiará jamás. Pero te vas uno, dos años, y cuando regresas nada es igual. ¿Quién lo dijo? ¿Gary Cooper? ¿James Stewart? ¿Henry Fonda, eh? No, Toto. Ninguno de ellos fue. Esta vez fui yo. La vida no es como en las películas... La vida es mucho más dura."

Somos protagonistas de la película de nuestra vida.

¿Cuál película eres tú?

martes, julio 25, 2006

Cuentos Blogueros II

Como si se tratase de un campo desolado por la guerra, cruzó la avenida Bolívar de Valencia, pasando a un lado de la construcción del Metro. Al llegar a la esquina adyacente, se introdujo en el umbral de un edificio y subió a la carrera las escaleras polvorientas y malolientes.
No sin cierto nerviosismo, el joven manipuló el manojo de llaves e introdujo la correcta en la cerradura del apartamento, abriendo la quejumbrosa puerta de un tirón.
Una vez dentro, se instaló frente a su computadora, con la ventana que ventilaba la habitación a un lado; pero nada había que mirar allá afuera. Todo su interés se centraba en la pantalla del monitor, mágico recuadro que lo transportaba a ignotas regiones y le permitía ser imposibles personajes en su mente delirante.
Ese día, sin embargo, empezó a ocurrir algo fuera de lo común.
Cuando, en medio de una animada conversación por MSN, se fue la luz del edificio, cosa muy frecuente, dada la poca capacidad del personal que manipulaba el cableado de la zona instalando el tendido eléctrico del Metro., no se sobresaltó.
El joven no tenía espejos en el apartamento; por ello dio un respingo cuando adivinó su imagen oscura en la pantalla, mirándole de frente.
Por supuesto que se veía en espejos casi a diario: en las vidrieras de las tiendas, en los espejos del baño de su trabajo, en los charcos de vidrios rotos que la garúa creaba en las aceras y que se mecían cantando a la brisa.
Pero esto era algo nuevo, aterrador y fascinante.
La imagen que devolvía el espejo mate del monitor no era él exactamente. Era más bien la personificación de su mente, ese ser inexistente que creaba a su gusto y necesidad, dependiendo con quién conversaba en ese momento. Como no usaba cámara web, su megalomanía lo llevaba a reinventarse ante cada nuevo contacto virtual. Incluso, su físico y su carácter eran moldeados en el transcurso de las conversaciones, intuitivamente.
El joven se miró, encantado. La imagen que se le devolvía era de un hombre poderoso, decidido, imponente.
Las humillaciones que sufría en su oficina, de parte de su jefe, las que recibía del dueño del edificio, se le antojaron, viéndose a sí mismo, insólitas, temerarias.
"¿Cómo se atreven, si puedo matarlos en un segundo y con una sola mano?", se preguntó, y soltó una carcajada.
Estuvo mirándose unos minutos más. Era él, no cabía duda; pero era quien siempre quiso ser. Sentía incluso esa viril seguridad de saberse irresistible para el sexo opuesto, cosa que nunca antes había vislumbrado siquiera.
Como una tromba, se paró de la silla y salió al pasillo, dejando la puerta del apartamento abierta.
Lo primero que encaró bajando las escaleras fue al dueño del edificio, quien subía pesadamente acompañado por su esposa, una mujer famélica y quejosa, que jamás miraba a nadie a los ojos y hablaba en murmullos. Encorvada en su timidez, parecía una interrogación no formulada.
El joven no miró a la mujer: apenas vio el rostro del otro hombre, se le lanzó encima, tomándolo del cuello.
La mujer presenció apenas unos segundos de la lucha antes de correr escaleras arriba, entrando en el apartamento del joven por instinto, al ser ese el escondite más cercano, y se quedó oyendo los ruidos del forcejeo hasta que solo hubo silencio.
Una vez repuesta del susto, la mujer, por algún motivo inexplicable, en vez de salir a ver el resultado de la lucha, se acercó a la pantalla del monitor apagado, y vio su reflejo en ella.
Y quedó fascinada por lo que le devolvía la negra oquedad de la pantalla.
"Soy otra. Hermosa, poderosa", pensó luego de analizar la imagen. Y, a los pocos minutos, salió del apartamento como un fénix furioso.
Relato esto como una historia porque sé que ocurrió. Soy forense de la policía, y estoy en el edificio donde la tragedia de estos asesinatos se llevó a cabo.
En estos momentos voy a dejar de escribir en mi pórtatil y asomarme, no sin reticencias, a la fría y empolvada pantalla de la computadora de ese chico que enloqueció, y ver mis demonios cara a cara.

sábado, julio 22, 2006

Oxímoron y Oxímoros

El Oxímoron , helenismo que conjuga los vocablos "oxys", agudo, afilado, y "moron", estúpido, sin agudeza, se usa para definir una figura literaria que consiste en combinar en una misma frase dos palabras de significado opuesto o contradictorio para darle un nuevo sentido al todo.
Literalmente, el oxímoron resulta absurdo y contradictorio ("Blanca oscuridad", "Lleno de vacíos", por ejemplo). No en vano es usado con mucha frecuencia en la poesía amatoria y mística, "por considerarse que la experiencia de Dios o del amor trasciende todas las antinomias mundanas", siendo antinomia, toda contradicción que no tiene solución.
Ahora bien, en vez de enredar más al lector, paso a compartir el gozo de los oxímoros que más disfruto:

"La luz caía como un agua seca". Pablo Neruda.

"Creo que creo en lo que creo que no creo. Y creo que no creo en lo que creo que creo". Oliverio Girondo, que no Cantinflas.

"Es hielo abrasador, es fuego helado". Francisco de Quevedo, en Definiendo el Amor.

"Traidor leal, rendido victorioso". Lope de Vega.

"Vivo cadáver". Calderón.

"Vivo muerto". Shakespeare.

"Luz oscura". Rodrigo Cota. Igual escribió Jorge Luis Borges.

Los anteriores nos indican que TODO está escrito, solo lo contamos de diferentes maneras.

En este mundo de bites, es común leer y decir "Realidad Virtual", un oxímoron nada poético.

"Oscuros deslumbrantes". Mario Benedetti, tangencial a Cota y a Borges.

Y así. Lo interesante es que el uso de este recurso enriquece al castellano, estremece nuestras neuronas, y nos remite al insoluble misterio de Dios... y del amor.





lunes, julio 10, 2006

De Mis Recuerdos

En el año 1981 inicié estudios en la Cátedra de Anatomía Humana de la Universidad en la cual me gradué.
De inmediato me llamó la atención la pintura negra que tapaba todas y cada una de las ventanas, el estecho vano de la puerta de hierro que daba acceso a una sala llena de mesas de disección, con un puñado de cadáveres mal tapados por unas sábanas que en alguna época pretérita fueron blancas, y el olor, ese olor a formaldehído que aún evoco como si tuviese una glándula de ese líquido sobre mi nariz.
Pero hubo algo más inquietante ese semestre: los dos señores que preparaban los cadáveres, Gregorio y su hijo.
El padre disfrutaba con burlas tétricas hacia los estudiantes más sensibles, en las cuales a veces pecaba de poco respetuoso para con los cadáveres.
-Ninguno se ha quejado hasta ahora - solía decir. Era un hombre pequeño, delgado, moreno, de cabello amarillo ensortijado y ojos color miel que le daban un aire demoníaco. Era de personalidad exuberante, histriónica, y sospecho que detestaba a la gente por decisión propia.
El hijo era un gigante taciturno, muy alto y corpulento, de movimientos lentos y suaves y de muy poco hablar, con cabellos y ojos idénticos al padre.
Conforme el semestre avanzaba, fuimos tratando más con el hijo y cada vez menos con el padre.
Una noche, comiendo un tentempié entre cuerpos disecados y olor a formol, el hijo nos contó que su padre lo había traído de un pueblito del Sur del país para salvarlo de unos vecinos que lo "querían malograr", que se había venido con la ropa puesta y su niñez a cuestas. Como no habían conseguido trabajo ni alojamiento, habían dormido bajo el arco de la universidad, hasta que un vigilante les ofreció comida y techo si ellos cuidaban de los "muertos", cosa que el vigilante temía hacer.
Así habían empezado sus carreras como conservadores y manipuladores cadavéricos.
Pero el gigante no se quedó allí. Nos relató que su sueño era regresar a su pueblo algun día, bañarse en el río, construír un rancho con sus manos, casarse,trabajar de camionero y olvidar que trabajó alguna vez con muertos.
Yo era joven, y reía sus pequeñas aspiraciones, mientras mis sueños de grandeza regaban plumas en un cielo que siempre tarda.
Recuerdo que él era amable con todos, cadáveres y estudiantes y, en sus brazos, parecía que dormían los cuerpos que nos sirvieron de primeros maestros.
Mucho tiempo ha pasado. No sé que será de Gregorio y de su hijo. Ayer, un docente amigo se ofreció para llevarme hasta Anatomía y averiguarlo por mí mismo; pero me negué.

Quiero creer en las cosas que vale la pena creer:
En que logró irse a su pueblito, en que es feliz manejando camiones o sentado a la entrada de su rancho miserable y oscuro, pero que él puede llamar hogar.
En que abraza a su esposa y a sus hijos olorosos a tierra y a mango recién mordido, y no a cuerpos asépticos y fríos.
En que la vida guarda sonrisas para todos, que no es una ruleta que se ríe de la Humanidad.
Hoy miro mis sueños de esa primera juventud, algunos convertidos en verdades, otros hechos trizas.
Sobre todo, miro las sorpresas que me ha deparado la vida, los guiños cómplices y hasta la burla repentina. Y rezo por las aspiraciones pequeñas y concretas de otro ser humano que se atreve a soñar, donde quiera que esté.