sábado, mayo 20, 2006

Misión Imposible III: El comentario.

Ayer la fui a ver.

Puntos fuertes:

*Acción trepidante, que nunca decae.

*Estética impecable.

*Trama interesante, más "cercana" al espectador, lo cual la convierte en la mejor de la trilogía (La cual más pronto que tarde será un cuarteto. Anótenlo). Es la más íntima de las tres.
Esta película me reconcilia con el cine de diversión, pues la última de Spike Lee - por ejemplo -, a pesar de Denzel Washington, naufraga en situaciones risibles, secretos a voces y un guión lamentablemente obvio, lo cual hace a la película una pésima reminiscencia de Sword Fish, recordándonos en el personaje absurdo de Clive Owen al Travolta bueno/malo de esa cinta.





Puntos débiles:

* Que me perdonen las damas, pero el señor Cruise, desde su inolvidable película de 1983,
Negocios Riesgosos, anda negado a actuar, y se dedica a repartir sonrisas y poses para sus fans. Aunque, bien pensado, ¿hay alguna fémina interesada en su calidad actoral?

* La película nada tiene que recuerde a la serie original, salvo el tema musical y los nombres de algunos personajes.

* Inevitable: la banda sonora a kilómetros luz de la gloriosa música de la segunda entrega. Salvo las explosiones y los disparos, apenas se oye algo notorio en las casi dos horas de proyección.

Mi opinión es que se trata de una muy buena película de acción, que vale la pena decirle "no" a la piratería (Excepto que se trate de Piratas del Caribe, película obligada para mí. Y te robaron el Oscar, Jhonny) e ir a verla al cine.

martes, mayo 16, 2006

HISTORIA MÉDICA (y V)

(Recomiendo leer antes Historia Médica III y IV, para mejor comprensión del escrito).


La policía se llevaba preso al forense, cuando éste vio al cirujano, quien pasaba distraído tras la muchedumbre de curiosos.
- ¡Doctor! - gritó el forense para llamar su atención.
Aunque había en el hospital en ese momento al menos decenas de médicos, el cirujano se dirigió hacia el forense como si esperara ser llamado.
- Dígame - le dijo.
- Ayúdeme. Fue una trampa.
- Continúe.
El forense no pudo soportar los ojos pequeños que le taladraban el alma. Ya lo montaban en la patrulla de la policía.
- Desconfíe de lo obvio. Nadie es quien dice ser.
Aún le mantuvo la mirada encima cuando la patrulla arrancó.

"Lo obvio: la ex-novia del forense se suicida lanzándose de un octavo piso. El forense llega, y consigue el cadáver en el piso. Luego cree que un taxista la asesinó en venganza por haberle hecho la autopsia a un familiar, y el forense asesina al taxista.Fin."
El cirujano se quedó pensativo. Pensaba en el forense, en la chica muerta...
Nadie es quien dice ser.
"¿La policía? ¿El taxista?" Le llamaba la atención que el taxista había ingresado hacía pocos días a la línea de taxis que usaba la chica.
Una luz iluminó su mente.
"¡El fiscal del caso!"
El fiscal se lució con el asesinato, resolviéndolo policialmente él mismo en una rueda de prensa a las 24 horas de las dos muertes, y judicialmente en un par de meses, durante los cuales se mostró como un hombre incorruptible y de principios morales graníticos, empleando parte de sus apariciones públicas en halagarse a sí mismo.
Para el cirujano, un héroe en su hospital, no le fue difícil entrar al laboratorio de Anatomía Patológica de la policía. Hurgó en los archivos, habló con los patólogos y hasta robó -con un extraño placer escociéndole en el cuerpo- muestras de tejidos de los estantes con frascos variopintos.
Cuando se marchó, llevaba un tesoro en carpetas y un botín en frasquitos escondidos bajo la bata de un blanco que desmentía lo bizarro del robo.
Sus últimas visitas fueron a los laboratorios de Toxicología y de Inmuno-genética.
Al poco tiempo, pidió cita para entrevistarse con el fiscal.

Entró a una oficina decorada con derroche de mal gusto y dinero.
Odiaba los escritorios inmensos de caoba colocados en el centro de la habitación, con una gran silla y un hombrecillo insignificante escudándose en ese mobiliario que pretendía intimidar.
- Mucho gusto, Doctor. Siéntese - saludó el fiscal, retirando la mano al ver que el cirujano no íba a estrechársela.
Se sentó y colocó unas carpetas, abriéndolas, sobre el escritorio.
- Usted sabe por qué vengo - dijo el cirujano.
- Sí. Ese caso está resuelto. pero le escucho igual.
- Está mal resuelto, señor. Le explico: la supuesta suicida fue ahorcada y luego lanzada por el balcón. Es decir, la asesinaron. pero de lo borraron del informe de la autopsia, realizado por un patólogo. Lo que desconce quien borró la información, es que las autosias son grabadas en la voz del patólogo que las hace, transcritas por una secretaria, y luego firmadas por el médico. Aquí le dejo la grabación, donde se habla de las marcas de estrangulamiento en el cuello de la víctima, y una fotocopia del borrador de la transcripción de la autopsia, donde describen dichas lesiones. Este borrador fue guardado por la secretaria, quien está dispuesta a declarar recordar dicha descripción, posteriormente suprimida. No me extrañaría que un análisis grafológico de la versión "corregida" revelara que la firma no es la del patólogo.
- No entiendo adónde quiere llegar - dijo el fiscal; pero un temblor fino en barbilla y manos lo delataban.
- Esto se pone más interesante aún si examinamos al taxista. Se trata de un hombre que pertenece a la iglesia en la cual usted es pastor, y se trata de uno de sus feligreses y colaboradores más cercanos. Por cierto que usted no debió aceptar ese caso, por conflicto de intereses, al ser parte del mismo. En fin. Este feligrés firmó y declaró sus intenciones de entregarse de lleno a su iglesia, incluso donando sus bienes. Pero su único bien de cierta envergadura era la casa de su madre.
El fiscal hizo un gesto de alarma, pero el cirujano elevó la voz y le contuvo con un gesto.
- Las muestras de tejidos de la madre del taxista revelan una anormal concentración de arsénico, lo cual coincide con dos ingresos de esa señora a la Emergencia por malestares clásicos de dicha "intoxicación", para no decir envenenamiento. Pero hay algo más impresionante: el forense que usted metió preso se hizo cargo de esta investigación, pero el laboratorio no encontró arsénico en los tejidos examinados. ¿Por qué? Porque alguien cambió las muestras de tejido de la señora por las de otro paciente, cuando el forense las mandó a Toxicología. Lo sé porque esas muestras mandadas a Toxicología tienen un ADN diferente al de la señora: pertenecen a otro paciente; pero todas las otras muestras sí son de ella. Esto permitió que la intoxicación por arsénico pasara oculta.
- Hasta ahora, solo juega al detective, doctor.
- Y ahora voy a especular. Supongamos que usted y el taxista deciden hacerse con la fortuna de la señora, pero el envenenamiento resulta lento y evidente, quizás hasta doloroso para el hijo que ve a su madre sufriendo y deciden acelerar el proceso. Entonces, la asesinan usando algo fulminante: Cloruro Potásico intravenoso. Pero existe un forense peligroso, cercano a la verdad. Y deciden eliminarlo del camino inculpándolo del crimen de su ex-novia. Pero la cosa se complica, pues el forense es también buen policía, y encuentra al asesino de la chica y lo mata, a su vez, dejando a su iglesia sin un céntimo, señor fiscal. Entiendo ahora su ensañamiento contra mi colega, lo único obvio y verdadero en todo esto.
El fiscal bajó la mirada de los puntos negros que le miraban al rostro.
- Todo esto es una locura... Yo soy famoso. Usted no es nadie, doctor.
El cirujano se levantó y se dirigió hacia la puerta.
- El poder es la llama de una vela para los insectos como usted. Y ya se acercó demasiado. Es hora de pagar.

El cirujano estab en su consultorio cuando la puerta se abrió y entró el forense, radiante. Se miraron un instante.
- Gracias -dijo el forense-. Muchas gracias.
- No lo hice yo solo. Fue un placer - dijo el cirujano, estrechándole la mano.
Mientras el forense abandonaba la habitación, el cirujano fue traicionado por un pensamiento:
"Alguna vez, yo también la quise."
Ese solo pensamiento, podría llevarnos a otra historia, en otro tiempo. Pero todo tiene un final. O no.



miércoles, mayo 10, 2006

HISTORIA MEDICA IV

1


Se despertó sobresaltado en medio de la madrugada e, instintivamente, buscó el arma bajo la almohada, sin conseguirla. Alarmado, incorporó su torso, mirando hacia todos lados. Pero de inmediato lo recordó todo: el bar, la mujer, las copas, el desvestirse a medias en el auto, el hotel...
A su lado, la mujer se despertaba por la agitación al otro lado de la cama.
Él empezó a recordar frases sueltas de ella, más que todo preguntas: Qué opinas del amor, de las relaciones estables, de los hijos, del matrimonio, del trabajar con "muertos"...
Las respuestas que había dado, le llegaban como a través de un túnel de recuerdos sonoros, en medio de la resaca: he visto demasiados muertos para creer en algo duradero, he visto mucho dolor para perseguir una felicidad que mantiene distancias, he oido demasiados "para toda la vida" que duran lo que el dinero o el interés... Es decir, había hecho de todo para alejar a aquella mujer de su lado; pero allí estaba desnuda estirando su cuerpo en un hotelucho sepia con un eco de cuerpos despuntando en los espejos.
Al verla bien al rostro, un nuevo sobresalto lo embargó. Era ella, su última novia, a quien hacía unos meses había dejado sin mayores explicaciones.
Se duchó y se vistió rápidamente, lamentando no tener una afeitadora a la mano.
Al salir del baño, la encontró sentada en el borde de la cama, aún sin vestirse, pero con el largo y lacio cabello perfectamente peinado.
- ¿Te vas?
Él asintió.
-¿Hablamos luego? ¿Me llamas?
La miró directamente a los ojos.
-De repente- dijo.
Los ojos de ella sonrieron tristemente.
-Vete tranquilo, que ya yo pedí un taxi.
Con dos dedos de su mano derecha, recorrió un mechón de cabello de ella desde el pómulo hasta el pecho, la besó brevemente en los labios, y se marchó.



2

- ¡A mí no venga con sermones morales, Comandante. En un país donde el noventa por cien de los homicidios quedan sin culpable a la vista, y donde parte del diez restante se resuelve inculpando a algún pendejo incómodo para la policía o los políticos, no me diga que usted está ofendido porque no tengo el informe de la autopsia hoy en su escritorio!
El comandante suspiró. La facha del doctor, ojeroso, sin afeitar, con la ropa arrugada y un humor exacerbado, hablaba de una juerga, y no de un retraso "del laboratorio."
-Está bien, Doctor. Pero, ¿podría estar listo su informe para hoy?
Él miró al comandante con otra larga mirada, pero muy diferente a la del hotel.
-Empolle tranquilo su cáncer de pulmón fumando en su escritorio, que en media hora se lo hago llegar- dijo, y salió de la oficina sin dar el esperado portazo. Odiaba azotar puertas. O las abría, o las derribaba.


3

Eran las diez de la noche cuando el comandante, al fin, se atrevió a llamarle.
- No estoy de guardia. Búsquese otro pendejo - fue el saludo al responder el móvil.
- Lo sé, Doctor - dijo el comandante -; pero es que esto tiene que ver con usted. Lo esperamos en los edificios Cristal, en la esquina. Y venga rápido.
Por tercera vez en ese día, el forense se sobresaltó. En los edificios Cristal vivía ella.



4

No había que ser un avezado forense para saber que uno se encontraba frente a un homicidio. El cuerpo tenía marcas de estrangulamiento, y había sido lanzado del octavo piso, donde vivía la víctima, hasta dar con las copas de unos árboles, primero, y luego ir a estrellarse contra el pavimento.
De rodillas ante lo que quedaba de ella, por primera vez él se sintió mal por ser quién era y como era. Por vez primera deseó haber torcido el hilo de su destino cuando pudo haberlo hecho, y no seguir el juego absurdo del rol autoimpuesto, que atrapa y obliga.
Sin hablar con nadie, se alejó en su auto a velocidad suicida.
Mientras conducía camino al hotel, imágenes de ella en vida cruzaban sus recuerdos. No quería evitarlos; quería hacerse daño para pasar más allá del odio, y ser un instrumento, como un bisturí, que puede curar o dañar irremisiblemente.
Apenas vio a la masa decidida del forense entrar por la puerta, el recepcionista del hotel supo que, si salía vivo de esa entrevista, podía llamarse afortunado.


5


El hombre miraba el cañón del arma sin exteriorizar miedo.
- No fue nada personal. Solo quería que usted sufriera lo que yo he sufrido.
Él hizo una mueca. El taxi, con las puertas abiertas, parecía una chatarra alarmada.
- ¿Qué le hice yo, para que tuvieras que matarla a ella?
- Usted profanó el cuerpo de mi madre.
- ¡¿Qué?!
Insistió:
- Usted la desnudó, la cortó, sacó sus órganos. Eso es pecado. Usted tiene que pagar por eso.
Ahora lo entendía todo. El comandante había ordenado la autopsia de una anciana, perteneciente a una secta religiosa radical, quien presumiblemente había muerto envenenada por sus familiares para hacerse con los bienes de ella. El forense, durante la autopsia, detectó un par de pinchazos recientes en el pliegue del codo en el cadáver, lo cual coincidía con la presencia en la basura de la vivienda de la anciana, de un frasco de Cloruro de Potasio. Tras varios estudios y pesquisas, concluyeron que a la anciana la habían asesinado inyectando una dosis masiva intravenosa de Cloruro de Potasio, provocándole un paro cardíaco con una sustancia casi imposible de detectar.
De ese caso le había hablado el comandante esa mañana, urgiéndole por el resultado.
El forense amartilló el arma y apuntó a la cabeza del sujeto.
- ¿Pensabas asustarme, hacerme desistir?
- Usted no entiende. Usted es un pecador. Va a ir al Infierno.
El forense notó alivio. Es que el fardo del amor pesa más que el fardo vacío del miedo y del odio.
- Mientras halaba el gatillo, le dijo:
- Espérame entonces allá. No te va a gustar ese sitio cuando yo llegue.

jueves, mayo 04, 2006

HISTORIA MEDICA III

1


Esa madrugada, en el único quirófano iluminado del viejo hospital, iba a librarse una lucha inusual.
El anestesiólogo presenció enmudecido la entrada de dos hombres vestidos con ropa de calle y cubiertos los rostros con raídos pasamontañas, esgrimiendo cada uno sendas armas de fuego.
-¡No se muevan! ¡Esto es un asalto!- gritó uno de ellos.
El cirujano parecía sordo, pues continuó su cirugía como si nada; esto contuvo el pánico de sus ayudantes quienes, tras vacilar brevemente, siguieron en lo suyo.
- ¿Están locos? ¡Esto es un quirófano, por Dios!- dijo el anestesiólogo sin salir de su asombro.
- ¡Cállate o te mueres! ¡Denme joyas y dineró, rápido!
Por vez primera, el cirujano levantó la mirada del campo qurúrgico. Un aditamento luminoso adosado a su frente le daba un aura extrahumana. Miró al asaltante sin revelar sentimiento alguno con su rostro, y le dijo:
- Aquí no hay nada de valor. Todo lo tenemos guardado en unos casilleros, en los vestuarios.
El asaltante lo apuntó al rostro con el arma.
- Denme las llaves de los casilleros o los mato. ¡Ya!
El cirujano mró al anestesiólogo, y le dijo:
- Dáselas. Las tenemos bajo las batas, en el bolsillo del mono. Dale las tuyas también.
Una vez en poder de las llaves, el asaltante que no había hablado se marchó hasta los vestidores, ubicados a la entrada de los quirófanos, mientras su compañero se quedaba amenazando a los presentes.
Pero el antisocial, nada familiarizado con el ambiente quirúrgico, dio en un momento dado la espalda al cirujano. Este, sin perder un segundo, tomó un martillo quirúrgico, manchado con sangre del paciente, y pudo verse un relámpago plateado golpear en el cráneo al asaltante.
El golpe del cuerpo exánime al caer al piso secundó al del martillazo contra el cráneo.
Nadie gritó en el quirófano.
El cirujano, sin titubear, se dirigió a los vestuarios de caballeros, abrió la puerta y, apenas divisó a su objetivo distraído vaciando un casillero, le asestó dos martillazos, el primero en el cuello y el segundo, mejor calculado, en la sien.
Temblando, pero aún esgrimiendo el martillo, regresó al quirófano, donde el personal examinaba el cuerpo tirado en el suelo.
- Está muerto - dijo el anestesiólogo.
El cirujano dejó caer el martillo al piso, y dijo:
-Vamos a arreglar esto. Tenemos trabajo por hacer.
Y señaló al paciente que, anestesiado, esperaba culminasen la intervención.


2

Amanecía cuando empezaron a oirse las sirenas de las patrullas de la policía.
El cirujano se levantó del sillón que dominaba la sala de estar del área quirúrgica. Se veía cansado, pero nadie de los allí reunidos comentó nada.
- Entregas la guardia por mí - dijo el cirujano a su ayudante más experimentado, quien asintió con fuerza.
Salió a la luz brevemente, y pronto fue sacado del hospital por una nutrida escolta policial.


3

Los investigadores de la policía pronto empezaron a desear cambiar de trabajo. Durante dos semanas contínuas recibieron la visita de decenas de trabjadores del hospital, quienes confesaban haber despachado al par de delincuentes. El personal de guardia confesó un linchamiento masivo, y hasta parte del personal que se encontraba de vacaciones confesó el crimen.
Ante semejante escenario, la policía aplicó la estrategia gordiana latinoamericana y, recordando a Fuenteovejuna, archivó el asunto.
El cirujano se convirtió en una suerte de héroe hospitalario durante un tiempo. Pero la memoria latinoamericana dura poco, y pronto se vio envuelto en una nueva aventura.
Pero esa, es otra historia.