martes, abril 01, 2014

Cuentos Blogueros II

De joven, él había cultivado la consecución de una personalidad cautivadora, magnética. Siempre había pasado desapercibido; incluso algunos de sus condiscípulos aún hoy le recordaban como caca de perro: cuando adviertes su presencia, por lo general es demasiado tarde. Pero él tenía una fuerza de voluntad -motorizada por experiencias negativas- a toda prueba.
Pronto aprendió a halagar en la medida justa, a fanfarronear con quienes creía un peldaño abajo, a hacerse la víctima para ganar lástima mejor de lo que Lassie se haría la muerta.
Y funcionaba.
¡Vaya si funcionaba!
Copió la temática y la semántica de los nuevos escritores, se mudó a la capital y, entre halagos, compadrazgos y calcos, consiguió trabajo como corrector del principal diario del país.
Joven y ambicioso, la intimidad del trabajo le permitía acariciar la pluma de los escritores de moda. La multitud de errores que debía corregirles le sacó punta a su ego, ya de por sí hipertrófico en el miedo a la caída.
Un día, abrió un blog.
Lo primero que hizo fue notificar a ciertas personas del acontecimiento.
"A los escritores cultos, para que me descubran", se decía en su delirio. "A mis amigos, para formar una mafia que se pague y se dé el vuelto; y a los serviles, quienes están por debajo de mí, para tener público."
A los pocos meses, la escritura enrevesada -obra de esculcar las letras borgianas, de espaldas a cualquier manual de estilo-, las citas célebres y el círculo culturoso de amistades de momento, fueron dando frutos. Empezó a escribir relatos cortos. Al año, intercambiaba premios entre compañeros del diario. Hasta se casó con una periodista algo mayor que él, a quien un carácter innecesariamente recio y una granítica percepción de la vida la mantenían soltera pasados los cuarenta. Inicialmente, ella fue su fanática número uno y su secuaz silente. Pero solo al principio.
Con el tiempo, su esposa se percató de la máscara con la cual se había casado. A quienes lisonjeaba, no tardaba en criticar amargamente apenas abandonaban el recinto. Sentía que los lisonjeros buscaban bañarse en el océano de su gloria, y los odiaba por eso. Maldecía en privado a los autores que copiaba, para luego escribir sobre ellos apologías rayanas en la adoración.
La esposa optó por una venganza tangencial: se hizo de varios pseudónimos blogueros, y empezó a escribirle en su blog a él con comentarios ambiguos, serios, no siempre aduladores.
Él, por su parte, y en respuesta a los comentarios de blogueros que no le rendían pleitesía, decidió llevar la escisión de su personalidad a un punto cumbre, abriendo un segundo blog, diseñado única y exclusivamente para destruír cuanto odiaba, sin percatarse que había oficializado con su segunda rúbrica en Internet, la guerra imposible de dos mentes en el campo de batalla de un solo cuerpo. Abandonó su blog inicial para atacar a todos los que odiaba, que eran demasiados. Fue bloqueado, insultado y censurado, lo cual aumentaba su resentimiento.
Los milagros son así. Hasta con la peor intención, ocurren.
En su segundo blog, a pesar de la bilis derramada, un estilo literario puro, innovador, de altura, fue naciendo. Las narraciones en tercera persona desaparecieron, fallecieron los adjetivos floridos y los verbos pasivos, así como los adverbios (la parte de la oración que modifica la calidad del escrito).
Yo mismo caí en ese, su segundo blog, por casualidad y, aún en medio de la pesada carga de dolor que arrastraba, me dejó impresionado la calidad del escritor.
Hoy puedo verlo, de regreso a su tierra natal, sentado en el pasillo de la clínica en la cual trabajo, esperando con la mirada al piso por su turno en el diván del psiquiatra. Sus labios se mueven narrando novelas escritas con la tinta del delirio. Solo, sin ninguna esposa que lo acompañe, sin acólitos, sin detractores.
"El genio es frágil en la misma medida que la ignorancia es robusta", quiero oír al pasar a su lado.