1
"¿¡Mi adopción!?", se preguntó el cirujano, mientras veía a la hermosa mañana del hospital ensombrecerse por la pregunta del patólogo.
- Veo que todos en el hospital saben que soy adoptado -dijo, mirando fijamente al patólogo-. Sí, mis padres biológicos fueron opositores al régimen militar de la Argentina. Desconozco cómo murieron, aunque imagino que no fue muy agradable. Mis padres actuales siempre me dicen que yo fui el consentido de sus hijos, pues soy el hijo que ellos escogieron. Los dos hijos previos de mis padres me aceptaron sin mayores problemas, y nos queremos mucho -Sonrió.- Sé muy poco más, excepto que dudo que yo pueda haber sido más feliz con alguien que no sean ellos. Incluso deseaban adoptar más niños, pero no pudieron. Yo fui el afortunado.
El patólogo dejó a un lado el café que no había tocado.
- Le pregunto esto, doctor, porque tengo un caso interesante desde hace una semana, y pensé que Ud. me podría ayudar. Creí que lo de su adopción podría ser de importancia, pero ya veo que no.
- Dígame, amigo, ¿cómo pdría ser de ayuda yo?
Le tendió una carta.
2
La brisa mañanera dificultaba la lectura haciendo ondear como una bandera cansina la hoja de papel desdoblado.
La letra era pequeña, picuda, y la escritura tenía una caída conforme progresaba que hacía las líneas se amontonaran a la derecha.
"Depresión, agresividad", pensó el cirujano mientras comenzaba a leer.
Esta es una decisión personal. Nadie me ha traído hasta esta situación, sino mi propia voluntad. Culpar a terceros sería tentador, pero injusto. No solo se mata lo que más se ama, sino lo que más estorba. Mi vida es el paradigma de esta última categoría. Vivan en paz. Para ello, mi contribución.
El cirujano dobló cuidadosamente el papel y se lo entregó a su colega.
- Usó un arma de fuego de alto calibre.
El patólogo sonrió.
- Una escopeta calibre .12 desde el borde de un edificio de ocho pisos; cayó al pavimento en mala posición. No murió de inmediato. Malo, malo.
- ¿Qué tiene que ver mi adopción con todo esto?
- Él le dijo a su ex-esposa, antes de suicidarse, que iba a pagar algo que le debía a usted, doctor.
El respingo del cirujano agarró por sorpresa al patólogo, aunque lo esperaba.
- ¿¡ A mí!? ¡Vamos a ver a ese sujeto, cadáver o lo que sea!
3
Ya habían salido del Laboratorio de Anatomía Patológica y de las oficinas de la Policía Científica.
Sentados de nuevo en el cafetín, los dos médicos hablaban con calma.
- Ni lo conozco, ni me debía siquiera una consulta -dijo con ironía el cirujano.
El patólogo dejó un billete sobre la mesa y se levantó. Mientras se marchaba, se despidió:
- Estaremos en contacto.
4
Los dedos del médico se deslizaron por el bolsillo de la bata, tocando ese examen laboratorial que era mejor hacer desaparecer para siempre.
Nadie debía leerlo jamás, como si nunca se hubiese realizado.
5
Días antes, el hombre de pie en la cornisa del edificio sintió la brisa nocturna en su rostro.
Mientras acomodaba el cañón de la escopeta bajo su barbilla, no repasaba sus malas acciones ni alguna situación extrema que lo hubiese llevado a ese desenlace. No.
Pensaba en el día que decidió buscar su pasado; el día que fue a la Emergencia del hospital y vio a aquel médico esforzándose por los demás. Oyó las opiniones de sus pacientes, quienes lo estimaban. Estuvo sentado cerca de seis horas en las duras sillas de la Emergencia, tomando una decisión.
A pesar de su vida azarosa, muchas veces ilegal y desordenada, por vez primera sintió alegría verdadera.
Y no tenía fuerzas ni coraje para arruinar esa placentera sensación.
Aunque tendría mucho qué decirle, no iba a arruinar más vidas. Y menos la de esa persona maravillosa de la cual se sentía hoy parte.
Por ello buscó en su ratonera la escopeta que escondía siempre cargada, escribió una breve misiva, la cual dejó en el bolsillo de su raído pantalón, y llamó a su ex-esposa, a pedirle perdón y a despedirse.
Mientras apretaba lentamente el gatillo, el hombre supo que lo mejor era que nadie supiera jamás que el cirujano, ese hombre de bien, tenía un familiar con una vida azarosa, marginal, un hermano al cual nunca iba a conocer...