I
Con la noche se tienden
-dormidos-
los colores del patio.
El mástil solar
se asienta, puñalada,
en el despunte de los cerros lejanos.
En el antiguo caserón
reptan las sombras,
enaguas sin pudor,
sonrisa de un solo labio.
Del tinajero pende una gota.
La brisa se desteje dando silbidos
en las ramas del mango.
Las hojas se sacuden el rocío
de la Luna y sus rayos.
II
El niño tiene miedo.
Miedo en sus deditos,
miedo asombro y asombro apocado.
Por él
encienden sus ojos
las nanas pícaras
que ahora se llaman astros.
bailan papeles escondidos de los adultos
entre giros y saltos.
El tiempo despunta la tapia,
se despide la inocencia
de esos primeros años
en el canto menudo y frío
la despedida de los gallos.
Los pies que rezan por los zaguanes,
el candil de mil espantos.
La infancia, a esta hora,
se queda sin juegos y sin lazos.
Luna, siempre Luna, que proyecta
Luna en la sombra de un puño,
Luna alargada en la mano.
Silencio.
El niño duerme
-inerme
sueña y duerme-
con los colores del patio.