viernes, enero 20, 2006

Cuentos de Quirófano


El joven Cirujano lo había preparado todo. Solo faltaba que llegara su jefe para iniciar la intervención quirúrgica. Mientras lavaba sus brazos desde la punta de sus dedos hasta los codos con un cepillo cruel bañado en clorhexidina, podía dejar su mente volar hasta sus primeros años, cuando ingresó al post-grado en el hospital lleno de ilusiones y vacío de conocimientos... Desde entonces, la proporción de ambas cosas se había ido invirtiendo, en gran parte gracias al cirujano jefe, quien bajo su pesado zapato le hacía ver cada día quién mandaba donde la esperanza viste de verde o azul. Algún día las cosas cambiarían, era la esperanza. La limpieza terminó, y se dirigió con las manos en alto -Los codos por encima de la cintura, el nivel de contaminación- a ser vestido de quirófano por la instrumentista.

El jefe llegó como un tren en marcha apenas la paciente estuvo lista para ser intervenida. Se lavó con eficiencia y autoridad y se vistió haciendo bromas sexuales con las enfermaras, ignorando ex-profeso a su ayudante. ¿Quién es esta paciente?, preguntó, y el joven cirujano se extendió en palabras que el jefe cortó con un gruñido. La cirugía que iba a realizar había sido hecha muchas veces por el equipo, y el joven cirujano anhelaba algún día le diesen el bisturí y el puesto de honor, frente a la instrumentista; pero mientras estuviese bajo la tutela de El, eso nunca iba a ocurrir, sabía. Y por eso, cuando el bisturí llegó a las mismas manos de siempre, lo odió en silencio. Lo odió con todas las fuerzas de su oscuro corazón resentido.
El cirujano jefe, con decisión, sin pestañar, trazó una línea perfecta con la hoja del bisturí el centro del campo quirúrgico. Antes que la sangre pudiera manar de la herida, el cirujano gritó de dolor y se encogió sobre sí mismo, bajo la mirada atónita de todos, menos de su joven ayudante, quien seguía con el odio colmando sus pensamientos.
El hombre se recuperó enseguida y, eludiendo las preguntas del personal, pidió el electrobisturí para abrir el sub-cutáneo, esa capa de grasa cuyo olor cuando se quema cualquier cirujano puede evocar. Apenas empezó el corte, otro grito de dolor y soltó el elctrobisturí. Y así continuó. Cada vez que tocaba a la paciente, el cirujano jefe sentía en carne propia, sin la misericorde anestesia, lo que le hacía a la paciente.
Al final abandonó el quirófano con el anestesiólogo y una cohorte de enfermeras tras de él. El joven cirujano pudo oir al anestesiólogo cuando pedía los materiales necesarios para dar una nueva, inverosímil anestesia.

La instrumentista miraba con los ojos desencajados al joven cirujano. Este rebosaba de satisfacción, pensando que su odio era poderoso, y actuaba en un plano desconocido hasta entonces por él, por todos. El secreto era parte de ese nuevo poder que comenzaba a sentir. Lentamente su cuerpo se fue enderezando mientras cambiaba de lugar y se colocó frente a la instrumentista. La veía con nuevos ojos, con los ojos de un dios. ¡Bisturí!, exigió, casi gritando, y la mujer dudó un instante, pues tocaba continuar la cirugía con el electrobisturí; pero la orden era clara, urgente, y la habían adiestrado para obedecer, a veces en contra de toda lógica. Enseguida entregó el acero reluciente en la derecha enguantada del joven. Al fin, sintió su poder. Aunque su seguridad flaqueaba. extendió la mano hacia la grasa subcutánea...
A un lado, oyó el joven cirujano le dijeron con autoridad, y su mano pegó un brinco indigno, alejándose de la paciente. Volteó para ver al Jefe del Servicio, un hombre cuya presencia era imponente, quien llegaba para ser vestido por la instrumentista. El joven odió como nunca a la persona desconocida que le había llamado y le escamoteaba la hora de su gloria. La mirada de los dos médicos se cruzó por un instante, la del joven cargada de un odio insondable, la del Jefe, inescrutable. Olvídalo, le dijo el Jefe, y el odio se derritió en terror reverencial.
La operación continuó. A lo lejos se oia algún ocasional improperio del anestesiólogo, quien volvía sudado como si se hubiese bañado con la ropa puesta, y ocupaba su sitial en el quirófano.
De esta forma, el joven cirujano supo que su carrera había llegado a su fin. Nunca más intentaría asaltar el cántaro que la vida ofrece gratis, pero a gotas.

26 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Avanti!

Si te postran diez veces, te levantas
otras diez, otras cien, otras quinientas:
no han de ser tus caídas tan violentas
ni tampoco, por ley, han de ser tantas.
Con el hambre genial con que las plantas
asimilan el humus avarientas,
deglutiendo el rencor de las afrentas
se formaron los santos y las santas.
Obsesión casi asnal, para ser fuerte,
nada más necesita la criatura,
y en cualquier infeliz se me figura
que se mellan los garfios de la suerte...
¡Todos los incurables tienen cura
cinco segundos antes de su muerte!

Pedro Bonifacio Palacios (Almafuerte)

PD: Excelente y golíardica historia

Lycette Scott dijo...

Hola Protheus muy buen relato, me gustó mucho... un abrazo

Anónimo dijo...

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Cuentanos como serí la historia de estas 4 mujers en tu pais...

Unknown dijo...

Muchas veces, el poder marea...
Saludos, doc

Protheus dijo...

Salomón: Hay que tener Almafuerte goliarda.

Lycette: gracias, nos seguimos leyendo.

Pagana: me encanta saber los miles de km. y kilobytes que recorres para visitarme. Gracias.

Carlos dijo...
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
Carlos dijo...

Carlos said...
Del apuro lo que queda es el cansancio.

El detalle del electro bisturí es el importante.

Cuando pequeño me decían que las oportunidades lo están rondando a uno. Quien sabe estirar la mano agarrarlas y aprovecharlas debidamente prospera.

En el momento mas importante, ese cirujano cometió un muy grave error.

Pero mayor error aun es el considerar que su carrera había terminado.

Siempre hay otra oportunidad para sobreponer el error cometido. Si no, preguntale a Kelly!

Pajarito en grama?? eso no lo comprendo...

Webmaster Bellas Venezolanas dijo...

Tranquilo, Protheus, que hay Bellas Venezolanas para rato...

Mientras la Ley Mordaza no llegue a la Blogósfera...

Javier dijo...

El odio da fuerza y valor, pero te traiciona y abandona apenas tiene la oportunidad, por eso es preferible buscar otro sentimiento para motivarse, muy importante enseñanza. Excelente historia.

Unknown dijo...

Hay q aprender a caer y a vlover a levantarse... No importa cuántas veces tengamos q hacerlo...

El odio sólo sirve para hundirnos mucho más...

Excelente relato! Besitos! ^^

Silmariat, "El Antiguo Hechicero" dijo...

El lápiz móngol hace maravillas, y eso me hace muy feliz (Tú deberías saberlo)

Mis comentarios..., sobran.

Todo lo mejor para ti

Troka dijo...

Como de la Dimensión Desconocida....

La Hija de Zeus dijo...

El odio enceguese..
lo importante no es caer.. sino levantarse de nuevo

Melvin Luzardo dijo...

La soberbia, la soberbia amigo, se posesiona de la gente, la hace elevarse en su propia magnanimidad...

Pero que pasa con todo lo que sube?
Qué dicen que ocurre con aquello que mientras más se eleva peor pasa?

Saludos Prothe.

Protheus dijo...

Carlos: carrera finita, la del cirujano. Su promedio de vida es menor a la población en general, su vida útil es corta y la preparación muy larga, y vivimos de algo tan efímero y voluble como lo es la reputación. El idealismo, el desprendimiento de todo cuanto no sea curar, durante la cirugía, y nuestra capacidad real, la cual solo puede juzgarla un igual, son la base del respeto en Quirófano. Este hombre del cuento perdió todo lo que vale en un solo gesto de odio. De allí el abandono.
Pajarito en grama, porque quedé mirando pa' los lados. Jajaja.

Webmaster: tus fans andan de plácemes. No estaba muerto...

Silmariat: sí, eres mago. Mi lápiz Mongol, mi borrador Staedtler y una carpeta con hojas Bond 20 tamaño carta quieren reeditar épocas abandonadas.

Troka: Y basadas en hechos reales, que es lo grave.

Zeucita: Tienes razón. Toda la razón.

Luzardo: amigo, me tenía olvidado. Debes andar cocinando otro encuentro. Seguro.

Mar dijo...

Eso le pasa por sentir tanto odio! No debe ser muy bueno....
b7s

Ana Isabel dijo...

Una buena caida enseña a ñevantarse con energia

Melvin Luzardo dijo...

Bueno, tampoco se puede andar de encuentro en encuentro. El presuspuesto muchas veces no ayuda y tengo pendiente desde hace tiempo una visita privada a la capital.

Kareta dijo...

Quino tiene una caricatura parecida a la que adorna tu post... en cuanto al cuento, está para leerse, ¡como siempre!. Besos Kary.

Hily Lozano dijo...

dejandote un saludo y un beso por akis...como en 15 dias voy paar valencia asi q vamos a enviarle señales de humo al procer para q nos encontremos..porfinn...un besote..
ando de corre corre con la mudanza a Maracay..luego te cuento

Hily Lozano dijo...

y dile al procer q lo del presupuesto no es imprescindible para los encuentros meet up....que lo importante es afianzar corazones ....un besaso para tus nenas

PD: Ahora para Maracay la que esta cocinando el proximo encuentro soy yo..pa mediados de febrero asi q doy detalles este sabado.=P

El "Dulzor de Ostras" dijo...

Usted me impresiona, muy buen relato.

Carlos dijo...

No se olviden de mi para otro encuentro!!!

Sería lamentable perderme esa oportunidad.

Carlos

Depeco dijo...

Aprender a ser humilde a fuerza de lecciones como la del relato ha de ser bien fuerte, pero sin duda ha de haber dejado mucho más que saber usar un bisturí...

El otro día en un cyber, estabamos en cola una muchacha y yo; de repente llegó una señora desesperada por usar una computadora para chatear con su hija que estaba en Mexico, comportandose de manera muy grosera y altanera cuando la muchacha le dijo que era su turno y que ella debía esperar hasta después de que yo entrara, después de insultar y maldecir por el comportamiento de la juventud de ahora, a la señora no le quedó otra que pedir perdón por su actitud cuando la muchacha le cedió su turno al ver las lágrimas en sus ojos porque tenía meses que no hablaba con su hija... la muchacha me dijo: "nunca sabemos cuándo y a quién podemos darle una lección"

Excelente relato, saludos, y un abrazo!!!

Wiki dijo...

Muy buen relato!. La realidad supera a la ficción.

Pasando por aquí a saludar, un beso.

Regina Falange dijo...

No sé si fui la única, pero sentí tristeza por el joven cirujano porque muchas veces el odio, y sus similares, se desatan como una reacción quizás a la injusticia, quizás a la impotencia de que la moneda de la suerte nos caiga siempre del lado contrario...

Tu post me hizo pensar en lo poco equitativo que puede ser el destino con alguien

saludos!