jueves, septiembre 15, 2005

LA IRONIA ASTADA


En el cruce de la Avenida Camoruco, hoy Av. Bolívar, con la calle Navas Spínola, se erigía el coso Arenas de Valencia. Muchos espectáculos taurinos y de diversa índole se presentaron en él. Hoy quisiera forzar la memoria de conversaciones con mi padre y las crónicas del Dr. José R. Clavo L., para relatar un hecho insólito para mí y, más insólito, en cuanto a totalmente histórico.
Un torero mallorquín, llamado Jaime Pericás, había redondeado cuatro temporadas muy exitosas en España, por lo cual, en 1940, fue contratado para torear en el Nuevo Circo de Caracas, toros de la ganadería Guayabita, resultando un éxito total. Ese mismo año, vino a Valencia, precedido de gran fama y expectación.
La tarde convenida, las gradas de madera de Arenas de Valencia amenazaban con venirse abajo. Un sol límpido calentaba el aire, ensañándose contra la techumbre de zinc que cubría los palcos. El aforo de 4000 personas estaba superado, y, los astados, de la ganadería de Miguel Márquez, esperaban por sus matadores.
Pero la magia no vino ese día a torear con Pericás. Los toros, flojos y mansos; el matador los despachó con sendos bajonazos, dispuesto a marcharse a su hotel a huir del calor. Pero el público empezó a lanzar botellas y amenazas nada veladas contra Pericás, de tal manera que la policía hubo de escoltarle hasta el Hotel Central, el cual estaba ubicado en la calle Colombia, tras la Catedral de Valencia, donde hoy funcionan los tribunales.
La turba enardecida no se vio impresionada por las fuerzas de la ley, y se apersonaron en el hotel e, incluso, intentaron derribar su pesada puerta, la cual había cerrado la administración del establecimiento para resguardar la integridad física del torero, pues pedían a gritos su cabeza. Poco a poco los ánimos se fueron calmando, y la manifestación se disolvió.

He aquí lo increíble: Jaime Pericás, humillado y herido en su orgullo profesional, exigió a la empresa valenciana, otra corrida, para la cual él regaló el toro, un impresionante animal de pura casta, de Guayabita, al cual apodaron quienes fueron a conocerle, "El Ferrocarril".

Y llegó el tan esperado día. La brisa, gentil, el sol, atento y pacato. El público, excitado, sabiendo que asistían a un evento único, insólito.
Pericás, inmóvil en el centro del ruedo, recibió al berrendo negro, brillando su pelaje como una armadura musculada, con florituras y pases para entendidos, con coraje absoluto y entrega en su arte. Toro y torero de frente, en un ritual de vida y muerte. Cuando todo terminó, llovieron sobre el ruedo paltós, zapatillas, carrieles... Tres vueltas al ruedo y fue sacado en hombros por una multitud emocionada, y no tocó el suelo con sus zapatillas hasta ser depositado gentilmente por sus admiradores, algunos de los cuales poco tiempo atrás habían pedido su cabeza, a las puertas del hotel.

No me gusta ver sufrir y luego morir, a un toro en una corrida. Pero no puedo dejar de notar, con esa visión que, de aguda, a veces lastima, que la supervivencia del toro de lidia, parece ligada a su muerte en las plazas del mundo.
Es decir, que el toro de lidia permanece como raza, solo porque puede y es dolrosamente sacrificado en los ruedos que florecen de su sangre, como un Urano terrestre traicionado por su prole.

8 comentarios:

Melvin Luzardo dijo...

Born to be killed.

*Valencia está llena de anécdotas taurinas, mas nunca me ha gustado esa afición. Hace como dos años mi familia y yo nos acercamos por la tarde a la plaza de toros, estabamos en la feria de la ciudad y la corrida de la tarde estaba por terminar. Cuando entramos a la plaza, lo primero que volteo a ver es a la gente sentada; luego volteo a la arena y veo como un toreto estaba apuñaleando al toro, lo estaba sacrificando para terminar. Mi expresión facial contrastó con la de la gente, quienes especialistas en la materia, comenzaron a aplaudir porque todo había terminado.

Silmariat, "El Antiguo Hechicero" dijo...

Tengo un terrible problema.
No entiendo, para nada, una tarde de toros pero, al mismo tiempo, puedo llegar al éxtasis viendo el film de Francesco Rosi y ver a una Carmen –Julia Migenés- que muerde el polvo a manos de Don José –Placido Domingo-. Bueno, eso me pasa con Carmen en todas sus representaciones, he de confesar.
La estética taurina es, por lo menos, impresionante. Todas las sensaciones tienen otra dimensión. A los olores los puedes acariciar; los colores se vuelven líquidos y pastosos; los sonidos se saborean dulces, acres, ácido; las texturas se evaporan.
Lo malo, es que lo más puro, a lo más noble, a la vida, al protagonista, lo destrozan poco a poco a ritmo de clarines, mantones, vino, peinetas, capotes, “Oles” de gente enloquecida, pañuelos blancos, boñigas de caballo…, y , al final, el ego de un hombre, en el medio de la plaza, no entra en su traje de luces.
Pequeño ser en su pequeño momento de gloria.
Sólo he ido una vez en mi vida a una de ellas, juré no volverlo hacer.
Hasta ahora he cumplido mi promesa.

« Tout d'un coup, on fait silence,
ah! que se passe-t-il?
Plus de cris,
c'est l'instant!
Le taureau s'élance
en bondissant hors du toril!
Il entre, il frappe!... un cheval roule,
entraînant un picador.
“Ah! Bravo! Toro!'”
hurle la foule.
Le taureau va...
il vient et frappe encore!
En secouant ses banderilles,
plein de fureur, il court!..
le cirque est plein de sang!
On se sauve... on franchit les grilles!..
C'est ton tour maintenant!
Allons! en garde! allons! allons!
Ah! Toréador, en garde!
Toréador! Toréador!
Et songe bien, oui,
songe en combattant
qu'un oeil noir te regarde
et que l'amour t'attend,
Toréador, l'amour, l'amour t'attend! «

Carmen, 2do acto.

Todo lo mejor para ti

Protheus dijo...
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Anónimo dijo...

Ya van dos ocasiones en las cuales hablas de toros en este blog. la primera, prestaste tu espacio por vez primera a la inspiración de otro, muy acertadamente, por demás. Ahora, mencionas a tu padre -trasgresión de la cual, espero nunca te arrepientas- y me llevas a viajar a un pasado desconocido, pues llegué a Venezuela después de Arenas de Valencia, y me fui hace poco, espero que para volver pronto, con Mauricio.
¿ese sitio era de la familia branger?
Ximena, Mauricio.

Anónimo dijo...

La fiesta brava siempre rodeo nuestra niñez y parte de adolescencia; tal como relatas son muchas las anécdotas en torno a ella que escuchamos de nuestro padre, quien introdujo en mi vida la pasión por la corridas de toro; así la "verónica", o expresiones como "hasta los gavilanes" pertenecen a nuestro vocabulario taurino desde niños.
En fechas próximas cuando Valencia se vestirá de gala para recibir a los mejores de España en su plaza de toros, -la más grande de latinoamérica- no dudes que iré a recordar en barrera de sol a quien me enseñó que un acto para muchos criminal tiene un sentido festivo y a la vez profesional.
Ole! por ti papíto.

Anónimo dijo...

Hola. Me parece extraordinario el modo como "descubres" que la vida del toro de lidia está ligado a su muerte. Me pareció un razonamiento "de tronío". En lo personal no le veo la gracia a matar a un animal para nada...pero respeto a quienes -como la nostálgica Rayita- critican a quienes vemos en ello un gesto salvaje; ese arte -¡ojo! lo es- nos retrotrae a ideas atávicas que -en aquel pretérito entonces- no dominábamos como raza. Tuve oportunidad de asistir a corridas y, tal vez, la reflexión sobre ellas me alejó de otras pasiones, como el boxeo, al cual llegué de manos de mi padre...que igual me condujo al béisbol, y por mi cuenta a muchos otros deportes...donde hay hay igualdad de oportunidades para los contendientes. Pregunto: ¿las tiene el toro?¡En fin,! más me importa descubrir cuan profunda es la calidad de tu reflexión. Saludos.

Tábano Socrático dijo...

Bueno el Blog, entretenido

saludos desde Chile

http://i-reverencias.blogspot.com/

Anónimo dijo...

Al igual que Edén respeto mucho a quienes piensan que el toro es una víctima del "circo"; pero para quienes creen que el torero tiene ventaja frente al toro, les digo que la "picada", -tan odiada hasta por los fanáticos del toreo- y las banderillas tiene como finalidad balancear la gran diferencia entre el torero cuya única arma es una muleta, y el toro, cuyos casi quinientos kilos y dos cuernos -no afeitados- lo hacen un ser verdaderamente temible. La valentía y el profesionalismo está justo en pararse frente a él hasta convertirse en uno solo, para con el arte del torero y la bravura del toro brindar al espectador un sueño, en el cual el hombre y la bestia -unidos- pueden convertirse en una obra de arte. Y tal como afriams Edén, el toro -hsta el de lidia- tiene como última morada, las mesas de quienes incluso adversan las corridas.
Saludos.